Para los cóngoles de las villas acantiladas, no hay en todo el barrio, mejores historias que sus propias anécdotas. Son desdichados, mediocres y acusados de vanidad.
El secreto de estos relatistas, es contar las historias en voz baja, la conexión que se logra así, es en efecto distinta y los atendientes legítimos, no consiguen renunciar al estigma de entregarse.
Cada historia es como un paquetes de vida con titulo de propiedad y el contraefecto del cuento ajeno, es la expectativa. Los demasiado espectadores, no tienen ojos para nada que no parezca certeza.