Es sólo desde el centro mismo del Conngo que pueden observarse sus fronteras.
Desde allí es que sabemos que el sur limita con algo; el norte con alguien; el este con cualquiera; el oeste con todos; arriba con la nada; abajo conmigo.
Ser lo que se Era
Hay ocasiones en que los habitantes del Conngo pierden su identidad. Los árboles se hacen carne y ésta deviene palabra. En estos días, los conngolitos y conngudos, se funden entre reproches y café con leche.
Estos eventos obligan a cada ser a perseguir lo perdido. Una búsqueda desesperada que, para muchos, termina en fracaso.
Cuenta el Oráculo que personalidades supremas se han extraviado. Algunos, incluso, han sido reclamadas por impostores.
Dice la leyenda que el Conngo nunca es el mismo tras estos sucesos.
Estos eventos obligan a cada ser a perseguir lo perdido. Una búsqueda desesperada que, para muchos, termina en fracaso.
Cuenta el Oráculo que personalidades supremas se han extraviado. Algunos, incluso, han sido reclamadas por impostores.
Dice la leyenda que el Conngo nunca es el mismo tras estos sucesos.
Ideas
En el Conngo las ideas devienen bastardas. Los conngueses más agudos, perciben los cambios que produce lo nuevo al anunciarse. Esta habilidad les permite estar al acecho de los breves chispazos que anuncian revoluciones. Cuando un conngues atrapa una pequeña llama, se incendia en ella y corre a calentar el Conngo eterno. Siempre arriba en forma de ceniza.
Los conngueños no comprenden esta cualidad del Conngo, pero perciben y desean el status que late en su cercanía. Son frecuentes las apariciones mediáticas de uno de ellos, exponiendo un último fósforo encendido. Conviene descreer de los conngueños.
Los conngolitos, en cambio, han renunciado a posibles paternidades. Gastan sus días mendigando ajenas luces. Han comprendido el reprobable secreto de sus tierras, el dilema falaz.
El Conngo mismo es una idea vagabunda, de la cual nadie se hará responsable.
Los conngueños no comprenden esta cualidad del Conngo, pero perciben y desean el status que late en su cercanía. Son frecuentes las apariciones mediáticas de uno de ellos, exponiendo un último fósforo encendido. Conviene descreer de los conngueños.
Los conngolitos, en cambio, han renunciado a posibles paternidades. Gastan sus días mendigando ajenas luces. Han comprendido el reprobable secreto de sus tierras, el dilema falaz.
El Conngo mismo es una idea vagabunda, de la cual nadie se hará responsable.
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