Un conngolito recóndito y pequeño, encontró una mañana, un crisantemo despintado que un viandante distraído perdió sobre el césped en un jardín de matices.
Una vecina, esa tarde, le convido un cachito de un dejavú esclerótico, y él, que nunca le había prometido el cielo a nadie, la invitó a decomisar patrañas en el cordón de una vereda.
La noche los encontró de prepo entre propagandas inconclusas, ilusiones ajenas y reproches desatornillados. Contaron todas las estrellas del cielo y justo despues de las últimas, se les termino el tiempo de jugar.
Para despedirse, y a modo de postre, con un ademán poco menos que impropio, sacó el crisantemo de un bolsillo interno de su saco polvoriento, y se lo cambio por una sonrisa. Ella, que algo entendía de inocencias, lo enhebró en un ojal del cuello bordado en su camisa gris, lo dejo madurar y se supo cómplice... aunque inimputable.
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