Pocos son los turistas en el Conngo. La mayoría de los visitantes no resiste el vistazo inicial y, por decreto, se declaran habitantes de la región, anulando su visa turística. Otros, los menos (aunque sean la mayoría), huyen raudamente y reprimen el paso por la zona.
Los magros turistas se han visto imposibilitados de fotografiar lugareños o degustar la selecta cocina conngoleña. Su conducta no ha presentado jamás modificaciones y/o sucesos extraordinarios que, como bien sabemos, distinguen al Conngo entre todos los destinos. Se intuye que no han comprendido su status de visitante.
Las máximas de servilleta sentencian que el Conngo jamás ha perdonado la indiferencia. Una vez fuera es imposible retornar, una vez dentro, resulta vedada la voluntad de salir.
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